"METROPOLIS", PREMIO AL MEJOR ESPECTACULO REVELACION, XIII EDICION PREMIOS MAX DE ARTES ESCENICAS


La compañía aragonesa Teatro Che y Moche cumplió en 2007 su décimo aniversario y lo quiso celebrar con la revisión de su primer espectáculo profesional: la adaptación de la película de Fritz Lang "Metrópolis".

11 de diciembre de 2007

VÍCTOR REBULLIDA HABLA DE LA MÚSICA DE METRÓPOLIS


La música tiene una duración, como la función, de prácticamente 60
minutos ininterrumpidos. Está escrita para una orquesta pequeña, que
debe de caber en el foso del Teatro Principal, de 22 músicos, a saber,
cinco intérpretes de viento (flauta, oboe, clarinete, fagot y trompa,
tocando alguno de ellos varios instrumentos de su familia), un pianista
que también emplea una celesta, un intérprete de arpa al cual también le
toca usar un instrumento de percusión en algún momento, un percusionista
que se desenvuelve entre diversos instrumentos, y catorce instrumentos
de cuerda.

Los personajes principales y alguna de las situaciones están
caracterizados por temas a modo de leit motiv, perfectamente
identificables a lo largo de la representación. Escogí trabajar de este
modo porque si la música había de ser la voz de los personajes, debía
crearles una voz personal y mantenérsela siempre.

La música funciona como una banda sonora cinematográfica, soportando la
acción y reforzando las situaciones a la vez que va señalando a los
personajes -cual luz de cañón- mediante sus propios y distintos leit motiv.

Una de las preocupaciones a la hora de escribir esta música ha sido
buscar la mayor expresividad. Tenía que hacer de la música un refuerzo
de la hiperexpresión de los actores. Es la voz de unos personajes que
solo cuentan con su capacidad gestual para contar su historia. A su vez,
no debía de ser una partitura meramente funcional y que pasara
desapercibida. Todo lo contrario, había de contribuir a la gran riqueza
plástica del espectáculo y arrastrar al público dentro de la obra. La
música no tenía que ser una cortina entre los actores y los espectadores
sino un elemento conductor del magnetismo del escenario hacia las
butacas; un fluido sonoro que llenara el escenario y la sala con
amplitud y generosidad.

Metrópolis es una obra de teatro sin palabras, pero un aficionado a la
música la identificaría sin titubeos como una ópera sin palabras en la
que figura un preludio, hay solos, dúos, momentos corales, escenas de
danza, etc. Incluso un aficionado al cine dirá que la música es una
banda sonora para una película en la que los personajes se han salido de
la pantalla.

Siempre suele preguntarse al compositor sobre las posibles influencias
externas en la música que compone. En mi caso diré que objetivas
ninguna; subjetivas supongo que las de todos los autores y obras que han
contribuido a mi formación como compositor. Busco, como todo creador, un
lenguaje propio. Seguramente un espectador conocedor pueda encontrar
similitudes estilísticas con otros autores con mayor facilidad que yo.

En Metrópolis coexisten técnicas diferentes moduladas dentro de una
unidad de concepto y de estilo. Sí que existen guiños a estilos o
escuelas, como la aparición de un fragmento que podría ser un charleston
o un ragtime, de una melodía con aire de blues, un baile exótico
orientalizante, un pequeño homenaje a las grandes melodías del cine
clásico, al maquinismo, una cita de un canto revolucionario, etc. Todo,
como digo, referencias, guiños, citas, que el oyente identificará y
asociará con la acción.

Los actores y los bailarines han hecho suya la música e interactúan con
plena naturalidad. Elia Lozano ha comprendido a la perfección el
carácter de cada escena y ha diseñado una coreografía actual, de gran
fuerza expresiva, y en el caso del baile de la falsa María, una de las cimas coreográficas de la obra, tanto la voluptuosa danza de Ingrid Magriñá, que se enrosca como un reptil alrededor de los arabescos de la música, como el planteamiento escénico del resto de los personajes que se sitúan sobre las tablas están integrados con el espíritu de la música al cien por cien.

Puede que esta música sorprenda a quienes conocen toda mi obra anterior.
Les va a sonar diferente, desde luego. Mi modo de afrontar la creación
musical tuvo un punto de inflexión con la Suite imaginaria del Quijote
(en cuya interpretación nos conocimos Joaquín y yo), obra que poseía un
componente teatral y visual muy elevado. En aquella se recupera la
melodía e interactúan recursos musicales más variados imbricados para
lograr una sonoridad más rica y que pienso resulta más cercana e
inteligible para el público, algo que cada vez me preocupa en mayor
medida. Continúa esta línea en el trabajo que compuse para el
audiovisual El último templario en el que la funcionalidad de la
música me hizo concebir una creación sencilla (que no simple) e
inmediata. Metrópolis es un paso más en esa línea de trabajo.

El resultado final de Metrópolis en lo que a su música se refiere se
ve favorecido por la participación del Grupo Enigma y Juanjo Olives,
quienes conocen muy bien mi música y a su autor. Me entienden muy bien
tanto en persona como en el pentagrama y eso facilita enormemente el
complejo montaje de esta hora de música garantizando un resultado óptimo.

El montaje del espectáculo se está haciendo con una maqueta de ordenador
que está dictando los ritmos escénicos y los tiempos de la coreografía.
Ahora es la orquesta la que debe asumir los tiempos para que los actores
y bailarines no vean alterado todo lo que han aprendido y han hecho
suyo. Se trata de una fase muy delicada en la que se va a engarzar el
eslabón final. La profesionalidad de Olives y los miembros de la
orquesta asegura el perfecto acople de estos dos últimos eslabones.

En cuanto al trabajo con Joaquín ha sido muy fluido. No ha habido
ninguna presión durante el proceso de composición. Siendo ambos
creadores, y aunque el lenguaje utilizado sea distinto, Joaquín ha
sabido transmitirme sus ideas con una claridad meridiana y nos hemos
entendido perfectamente. Tiene muy claro qué quiere en cada momento, lo
que para mi ha sido de vital importancia para diseñar el trabajo sin
dispersiones ni vaivenes.

He tenido plena libertad para escoger la estética, y los contenidos y
desarrollos musicales. Salvo alguna escena que ha habido que comentar
mucho para imprimir la progresión tensiva que Joaquín deseaba transmitir
con su puesta en escena, y que tuve que rescribir en varias ocasiones,
la inmensa mayoría ha quedado tal cual yo las propuse.

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