http://llarindehojaroja.blogspot.com/2009/02/metropolis-teatro-che-y-moche.html
Como viene siendo habitual cada vez que voy al teatro (por lo menos al ciclo de danza), suelo realizar una pequeña crónica de lo que he visto. Sobre el papel la mejor obra iba a ser el Cascanueces, de eso no teníamos ninguna duda, y a decir verdad no decepcionó en absoluto. Y ayer por la noche no sabíamos a qué nos enfrentábamos, teniendo en cuenta que se trataba de danza contemporánea, ya sabe. Mientras nos tomábamos unos cortos con sus correspondientes tapas (costumbre muy leonesa), les recordé a mis padres el argumento de la danza de hoy. "No sé si me gustará" sentenció mi madre. Efectivamente, se equivocó.
Como viene siendo habitual cada vez que voy al teatro (por lo menos al ciclo de danza), suelo realizar una pequeña crónica de lo que he visto. Sobre el papel la mejor obra iba a ser el Cascanueces, de eso no teníamos ninguna duda, y a decir verdad no decepcionó en absoluto. Y ayer por la noche no sabíamos a qué nos enfrentábamos, teniendo en cuenta que se trataba de danza contemporánea, ya sabe. Mientras nos tomábamos unos cortos con sus correspondientes tapas (costumbre muy leonesa), les recordé a mis padres el argumento de la danza de hoy. "No sé si me gustará" sentenció mi madre. Efectivamente, se equivocó.
Metrópolis está ambientada en la película de Fritz Lang y parece que como espectadores salimos de los límites teatrales para introducirnos en una película muda de los años 20. El argumento nos contrapone dos mundos bien diferenciados, como los de hoy en día, en el que unos pocos viven bien (Fredersen, dueño de los obreros, Freder, su hijo, Josaphat o Rotwang) y otros, los más, arrastran penosamente su mísera vida en el subsuelo. En este sentido no puedo evitar pensar en Días de Reyes Magos de Emilio Pascual y las continuas alusiones al metro, paradigma del infierno y la oscuridad. Es lo que encontramos en Metrópolis, infierno en el que se introduce Freder persiguiendo la hermosa aparición de María. La iluminación y puesta en escena de la obra no puede ser más acertada. El escenario está siempre en penumbra, con focos de luz amarilla y opaca que centran la atención en determinados puntos, otras veces contribuyen a crear esa atmósfera angustiosa. Porque esa es la sensación permanente del subsuelo. Los obreros se mueven en el escenario como autómatas, apenas se distinguen unos de otros, con movimientos rítmicos y primitivos, con la cabeza agachada, los hombros caídos. El trabajo inhumano que realizan bajo tierra viene representado por un obrero moviendo sus brazos de forma enérgica a la manera de las manecillas de un reloj. Da la sensación, junto con la música que semeja el continuo martilleo de las máquinas, de que pasa el tiempo y pasa la vida bajo el yugo de ambos: los minutos y el trabajo. No pude dejar de mirar el fuego, conseguido a través del fluir del humo por delante de los focos bajos: parecía un suelo en llamas. Así como la estrategia de colocar una fina cortina transparente en la que se proyectaban las partes noveladas de la historia muda.
Estos recursos, junto con la trama de la historia, convierten Metrópolis en una grata experiencia. Mucho más cuando se introducen elementos del género negro u otros fantásticos inspirados en Frankestein, puesto que tenemos la presencia de un científico loco y obsesionado por otorgar la vida a un robot, recuerdo de su gran amor doblemente perdido.
Por otro lado también resulta interesante la figura de María en su doble vertiente: es la encargada de proporcionar paz y esperanza entre los obreros, que la veneran. En las escenas en las que ella proclama su mensaje a los trabajadores, estos cobran vida y sus movimientos se dulcifican y se tornan armoniosos. No así cuando ella, cargada de odio contra el científico Rotwang y el señor Fredersen, los conduce hacia la destrucción de su mundo, mediante bailes desgarrados y violentos.
Estos recursos, junto con la trama de la historia, convierten Metrópolis en una grata experiencia. Mucho más cuando se introducen elementos del género negro u otros fantásticos inspirados en Frankestein, puesto que tenemos la presencia de un científico loco y obsesionado por otorgar la vida a un robot, recuerdo de su gran amor doblemente perdido.
Por otro lado también resulta interesante la figura de María en su doble vertiente: es la encargada de proporcionar paz y esperanza entre los obreros, que la veneran. En las escenas en las que ella proclama su mensaje a los trabajadores, estos cobran vida y sus movimientos se dulcifican y se tornan armoniosos. No así cuando ella, cargada de odio contra el científico Rotwang y el señor Fredersen, los conduce hacia la destrucción de su mundo, mediante bailes desgarrados y violentos.
Sólo puedo hacer una recomendación a los que leéis el blog. Id a ver la obra si tenéis la oportunidad. No os dejará indiferentes. Como no me dejó a mí la siguiente frase de la improvisada pantalla cinematográfica, y con la que quiero acabar esta entrada:
"El mediador entre el cerebro y las manos ha de ser el corazón".
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